Eros en busca de sentido

Los caminos para llegar al erotismo son múltiples y con frecuencia contradictorios, lo mismo cuando hablamos de la vida que del estudio en torno a él. Si nos sumamos a la línea que concibe al erotismo como algo que se eleva por encima del puro instinto sexual –compartido con los animales– y de las meras relaciones carnales, entonces el erotismo nos lleva al nacimiento del homo superior y pensante. Por esa vía no es sinónimo de sexualidad, aunque la contenga y tampoco de pornografía, si bien puede manifestarse en ella. En cualquier caso, el erotismo viene de lejos, es inherente al ser humano y cruza todas las civilizaciones. Encarna en una gran diversidad de prácticas, que conforme la cultura y la época han sido más o menos censuradas, incluso penalizadas o calificadas como desviaciones, pero también toleradas o abiertamente sancionadas y legitimadas.

El erotismo va del refinamiento de la sexualidad, en un arco temporal tan extenso como la vida humana, desde las antiguas civilizaciones, al poliamor y las experiencias de quienes se definen como no binarios en las sociedades contemporáneas. De la represión por razones religiosas y/o políticas e incluso económicas, a la saturación de un imaginario erótico híper representado en la publicidad, las redes infinitas o la virtualidad del metaverso. En el medio un tejido inabarcable de posibilidades que se viven, pero que luego a veces también se expresan en la creación, para deleite de todos.

El gran arte erótico aúna placer estético con deseo sexual. No todo libro erótico alcanza nivel literario, ni toda fotografía o pintura de desnudo puede llamarse arte. Todavía más, con relativa frecuencia los mejores textos y creaciones signados por el erotismo nunca fueron pensados como expresiones del género, sino que forman parte de una propuesta estética más amplia. El lopeveguiano Esto es amor “Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso…” destila más sensualidad que infinidad de textos intencionada y explícitamente eróticos. Y ni qué decir del famoso capítulo 68 de Rayuela, en el que los encuentros azarosos de La Maga y Oliveira –y con ellos de toda una generación– alcanzan el clímax, porque “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clésimo y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes…”, precisamente por gracia de la maestría del juego verbal que Cortázar pone en escena. Ocurre lo mismo con la desnudez áurea de la escultura griega, que llega a niveles sublimes, porque tras ella no hay provocación, sino una concepción estética que privilegia la armonía y proporción del cuerpo humano. El desnudo que atraviesa innumerables manifestaciones del arte occidental y la inmensa mayoría de sus grandes nombres –interminable sería detallarlos–, está ahí antes y sobre todo como muestra del mundo interior de sus creadores. De forma análoga, el extremo Oriente nos regala las imágenes de primavera del shunga japonés, una de las cumbres de la gráfica erótica, gracias a los pinceles de Utamaro, Kuniyoshi, Hokusai, entre otros.

En la Grecia antigua Platón ya se ocupó de Eros en El banquete, donde el deseo aparece como la búsqueda de aquello de lo que se carece, va en pos del encuentro, del amor, del goce, y en definitiva del bien y la inmortalidad. Unos siglos más tarde y desde Roma, es Ovidio quien dice “Créeme, no hay que apresurar el placer de Venus, sino provocarlos poco a poco con morosa lentitud”, como reza el sublime Arte de amar. En la misma época, la sexualidad fue convertida en obra maestra, en los hermosos murales que decoraban las mansiones pompeyanas y, por desgracia de la naturaleza, también en los amantes petrificados por la furia del Vesubio. Esos que en la lírica de Fabio Morábito cuentan “Nos desnudamos tanto / hasta perder el sexo / debajo de la cama… / Nos desnudamos tanto / que los dioses temblaron, / que cien veces mandaron / la lava a escondernos.”

En Occidente, con la llegada del cristianismo y la noción de pecado, con frecuencia el erotismo quedó ligado a la transgresión. De entrada, parecería difícil la convivencia del eros con las prohibiciones del coito en determinados días o épocas del año o la consideración del placer sexual entre cónyuges, como pecado venial cuando el encuentro lejos de reducirse a los fines procreadores, provocaba gozo indebido. Y, sin embargo, no todo llegaba al confesionario y por descontado que los amantes se permitían libertades desautorizadas por la norma. Entonces y ahora la proscripción ha sido un acicate de la pasión erótica, y el arrebato suele caracterizar lo mismo al eros postergado que a los amores imposibles. Algunos incluso van más allá y afirman que la represión es precisamente lo que da vitalidad al erotismo y convierte al tabú en el mejor estímulo para la imaginación.

Ciertamente,  si ni el medieval amor cortés fue siempre platónico, es claro que a lo largo de los siglos la sabia connivencia entre el cumplimiento y la infracción del deber ser, ha mantenido vivo el erotismo al margen de las restricciones. Que no en vano y a partir de Freud, se vuelve uno con la pulsión de vida y El principio del placer. Por descontado que antes que el psicoanálisis muchos otros autores abrevaron de esta fuente. Boccaccio con su Decamerón, algunas de las Mil y una noches, la Justine del Marqués de Sade, el hinduista y afamado Kama Sutra y la lírica árabe de El jardín perfumado. Por supuesto Chaucer con sus Cuentos de Canterbury, Cleland y su Fanny Hill, la bateillana Historia del ojo y así hasta clásicos contemporáneos como Trópico de Cáncer, Lolita, las Edades de Lulú y el Elogio de la madrastra. Por nuestros rumbos la Inmaculada de García Ponce y la Constancia de Carlos Fuentes, al lado de la poética del deseo que despliegan Ana Clavel y Alberto Ruy Sánchez.

En el cine, la estética de las imágenes de primavera se cuela en El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima, una obra altamente descriptiva en su narración del encuentro de los amantes. Y aunque ancladas en Occidente, también van de erotismo extremo El último tango en París y la mexicana Año bisiesto. Mientras que el cine de Buñuel es pródigo en inquietantes imágenes-secuencias eróticas, en medio de tramas diversas y con el tema en el centro en Ese obscuro objeto del deseo. La pasión amorosa es también una insinuación permanente en la obra de Eric Rohmer o en títulos como El placer de la seda o Deseando amar. Apenas unos cuantos nombres de una lista enorme.

Por increíble que parezca hoy día, durante mucho tiempo los grandes museos del mundo, tuvieron salas reservadas para resguardo de las obras censuradas, mayormente de naturaleza erótica. Mientras que las bibliotecas antiguas llamaban infierno a su colección de libros prohibidos. De allá venimos, pero felizmente ahora tenemos este paraíso a nuestro alcance, de modo que seamos voyeurs y asomémonos al jardín.


ITESO

Eros en busca de sentido

Dr. Alexander Paul Zatyrka Pacheco, S.J.
Rector

Dra. Catalina Morfín López
Directora General Académica

Dra. Mónica María Márquez Hermosillo
Directora de Información Académica

Exposición

Curaduría, texto y coordinación general
Lourdes Jaime Vázquez

Curaduría de películas
Bernardo Jaime Vázquez

Montaje
Adán Juárez Rojas
Bernardo Jaime Vázquez
Juan Sánchez Vielma
Lourdes Jaime Vázquez

Cedulario
Adán Juárez Rojas
Juan Sánchez Vielma

Equipo de comunicación
Antonio Magaña Aguirre
Maritza Lavín González
Melissa García García

Versión en línea
Héctor Manuel Gutiérrez Ortega

Apoyo logístico
Abraham Arenivas Díaz
Mizael Aguayo Viayra


Febrero 2023