De paseo con los libros
por la ruta del placer

Aunque las sociedades contemporáneas pensamos en el libro bajo la forma imaginada por Gutenberg y en las últimas décadas también en su dimensión digital, lo cierto es que el libro en su concepción más amplia nos lleva hasta el invento de la escritura por las grandes civilizaciones. Su concreción adoptó a lo largo del tiempo expresiones prealfabéticas y alfabéticas muy diversas, formas por lo demás imaginativas y los materiales más al alcance de la mano de la cultura en juego. De allá partimos para llegar a nuestros días, atravesando los variados rostros que el libro ha encarnado y las ficciones que ha convocado en su extenso recorrido. Caminemos pues, juntos, por esta ruta del placer.

El inicio con sus múltiples escrituras, formas y materiales

Mesopotamia usó la arcilla al carecer de madera y piedra, plasmando en sus hermosas tablas y en su escritura cuneiforme tanto los mitos y la ley, como las recetas del placer gastronómico y las necesarias para atender la salud. En tabletas de este tipo se conservan fragmentos del Código de Ur-Nammu del siglo XXI a.C., antecedente más remoto del Código de Hammurabi, grabado en una estela tres siglos después y que constituye la más antigua ley civil y penal conservada. Ahora, por gracia de la tecnología, miles de esas maravillosas tablillas, del IV milenio anterior a Cristo y dispersas en numerosos museos, pueden ser admiradas en línea, gracias al proyecto Cuneiform Digital Library Initiative (CDLI), impulsado conjuntamente por la Universidad de California y el Instituto Max Planck de Historia de las Ciencias de Berlín.

Alrededor de un milenio más tarde, el antiguo Egipto regaló al mundo sus jeroglíficos, plasmándolos con tinta en el papiro, elaborado a partir de una planta abundante en el Río Nilo. Como sabemos, la escritura egipcia además fue grabada en la piedra de su monumental arquitectura, pero, al margen del soporte que la guarda y hasta donde la interpretación ha llegado se sabe que incluye textos literarios, jurídicos, médicos, gastronómicos, contables, entre otros. Se calcula que se conservan alrededor de 500 mil papiros, repartidos alrededor del mundo. Y al igual que las tablas mesopotámicas, los papiros comienzan también a beneficiarse de la digitalización, como muestra el portal DVCTVS de la Universidad Pompeu Fabra, que tiene en marcha la digitalización de las dos principales colecciones de papiros que existen en España, una perteneciente a la Abadía de Montserrat y la otra a la Compañía de Jesús.

Durante el II milenio antes de Cristo, Palestina y Fenicia crearon la escritura semítica fonética (alefato hebreo y alifato árabe), plasmada primero en las ostraca (tinta sobre pedazos de cerámica o concha) y posteriormente en pergamino. Hay que decir que, tras el papiro llegó el pergamino, cuando la escritura comenzó a ser plasmada sobre piel animal. Debe su nombre a Pérgamo (Grecia), si bien fue empezado a usar antes en Egipto y, por lo demás hubo una larga y sana convivencia entre ambos soportes. El Antiguo Testamento, del milenio I a.C., fue escrito en hebreo y arameo, mientras que el Nuevo Testamento, del siglo I d.C., lo fue ya en griego, la lengua franca o de uso común en el Imperio Romano del Mediterráneo oriental. Los fragmentos más antiguos descubiertos hasta ahora del Antiguo Testamento son de pergamino de piel de cordero y constituyen los llamados Rollos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán (el lugar donde fueron encontrados).

En la antigua Grecia, ya en griego y en el milenio inmediato anterior a Cristo, el libro adoptó la forma indistinta de papiro, pergamino, tela y óstraca. Aparece entonces la figura del autor y comienzan a circular gran cantidad de obras científicas, históricas, filosóficas y de creación. Envueltos en fundas de piel o de papiro, los libros eran guardados en contenedores de madera o piedra llamados bibliotheque, voz de la que deriva el terminó biblioteca en su acepción actual. Mientras que el libro de la Roma imperial compartía también la forma del papiro y el pergamino, aunque evidentemente escrito en latín. En un material o en otro se mantenían en rollo, hasta que en la etapa final del imperio aparecieron los códices, formados por varios pergaminos que podían ser escritos en ambas caras y susceptibles de coserse o anillarse.

Si bien durante el primer medio milenio posterior a Cristo convivieron los rollos y los códices, este nuevo formato fue muy bien acogido por los cristianos, pues los monjes comenzaron a transcribir en ellos las literatura sagrada y devocional, aunque cada vez más sobre pergamino y menos sobre papiro. En tanto que el otro gran tema de los textos medievales fue el amor cortés, con sus caballeros y sus damas cantados por los trovadores a oyentes extasiados.  Es la etapa de los hermosos manuscritos iluminados, con su pan de oro y su decoración predominante en azul y rojo. De ellos circulan hermosas ediciones modernas, como El cántico de las criaturas, de Francisco de Asís; Los siete modos del amor, de Beatriz de Nazaret; el Himno Akátistos de la Madre de Dios; El libro del corazón del amor perdido, de René d'Anjou. Por fuera de esos dos grandes asuntos, están textos como el Libro de la montería, de Alfonso XI de Castilla, en torno a la caza; e igual los Evangelios de las ruecas, que contra lo que parece anunciar el título, dibuja la vida cotidiana de las mujeres de la época.

El largo y venturoso reinado del papel y de la imprenta

Aunque la milenaria China inventó el papel, apenas comenzada la segunda centuria tras Cristo, Occidente tuvo que esperar hasta el siglo XI para conocerlo, vía los invasores árabes. Y si bien no se impuso de manera inmediata sobre el pergamino, poco a poco fue desplazándolo, cuando el nacimiento de la universidad en Bolonia y París trajo aparejada la necesidad de libros menos costosos y más al alcance de esa nueva figura llamada estudiante.

Sin embargo, correspondió a Johannes Gutenberg (circa 1400 – 1468) la gloria de conseguir la reproducción mecánica de textos, al inventar la imprenta de tipos móviles, luego de dos décadas de indagación y ensayo. Esfuerzo que, tras un proceso final de dos años, cristalizó en la publicación en 1456 y desde Maguncia, de la llamada Biblia de Gutenberg, también conocida como Biblia de las 42 Líneas. La obra no está datada y tampoco registra al editor ni el lugar de publicación, información toda que se conoce por fuentes externas al libro.

La Biblia de Gutenberg no sólo fue el libro fundador –tal como lo entendemos hoy día– y la primera Biblia impresa, sino que también instaló para el gran público todo un género y una bibliografía inagotable de los llamados libros sagrados, tanto de las religiones monoteístas como de tradiciones orientales y de otras culturas. Al igual que la Biblia, forman parte de este círculo, títulos como, el islámico Corán; la Torá y el Talmud judíos; el egipcio Libro de los muertos; las obras clásicas del confucionismo, compiladas o escritas por el propio Confucio; los hinduistas Rig Veda y Bhagavad-Gita; el budismo, con el sánscrito Sutra del loto y el tibetano Bardo thodol o Libro de los muertos; el Avesta, del zoroastrismo y mazdeísmo; el Popol Vuh maya; y el taoísta Tratado del vacío perfecto, entre otros.

En misma Alemania, al año siguiente de la Biblia de Gutenberg, apareció el Salterio de Maguncia y dos más tarde, el Salterio Benedictino, antes de comenzar a publicar autores clásicos, como De Oratore de Cicerón y De divinis institutionibus adversus gentes de Lactancio. Pronto la imprenta dio el salto a Roma, también con un título de Cicerón, las Epistolae ad familiares; y enseguida a París y al resto de Europa, finalizando en España hacia 1472, cuando apareció en Segovia el Sinodal de Aguilafuente, después en Barcelona otros títulos clásicos, como Commentaria in libros Politicorum, de Santo Tomás de Aquino y, en 1492 y en Salamanca el Arte de la lengua castellana, la famosa gramática de Antonio de Nebrija, por citar unos cuantos. Así, quedó atrás el manuscrito e inició la multiplicación de los libros en esa segunda mitad del siglo XV, período de producción de los llamados incunables, de los que se conocen y conservan hoy día alrededor de 30 mil ediciones, con más de medio millón de ejemplares.

Cupo a México –la Nueva España colonial– el honor de ver llegar la imprenta a América y, con ella, la publicación en 1539 del primer incunable americano, que fue la Breve y más compendiosa doctrina en lengua mexicana y castellana, de Fray Juan de Zumárraga y de la cual tristemente no se conservan ejemplares. Seguirían luego otras obras sobre diversas lenguas indígenas, así como títulos jurídicos, médicos y literarios, con Alonso de Molina, Maturino Gilberti, Alonso de la Veracruz o Vasco de Puga, entre los muchos autores que vendrían.

Casi 600 años después y una cantidad inacabable de volúmenes en el camino, el mundo asiste ahora al debate de la supervivencia del libro impreso frente al recién llegado e-libro. Y aunque resulta imposible predecir el futuro, lo cierto es que la historia nos enseña que hasta ahora ningún medio ha suplantado al anterior. Con la fotografía no desapareció la pintura figurativa, e incluso llegaría a ella el hiperrealismo, El radio no sepultó a la prensa, ni la televisión al radio, y ahora todos conviven entre sí y también entre su versión tradicional y su expresión en línea. En los hechos ha ocurrido que cada nuevo medio va encontrando su lugar en el concierto y reconfigurándose en armonía con los previos.

A veces caminos tortuosos para el libro

Desde sus primeras expresiones, el libro fue y vino de la mitología y la religión, a la literatura, el derecho y los recetarios (médicos y gastronómicos), entre muchos otros asuntos y sin desdeño por temática alguna que fuese de interés para cultura que le da vida. Así ha ocurrido siempre, aunque en la ruta también ha enfrentado persecución y censura, que ha alcanzado por lo demás al mundo en línea. Prohibición de temas, títulos, autores, por razones políticas, religiosas, de control social y sexual. La Inquisición, pero también la China de Mao con su revolución cultural y ahora contra Google, la rusa KGB de triste memoria, desde Irán el Ayatollah Jomeini persiguiendo a Salman Rushdie o desde Roma el Vaticano contra Teilhard de Chardin, en fin, un largo etcétera que recorre incesantemente tiempos y países.

En el extremo está incluso la destrucción masiva de libros y hasta bibliotecas completas, intencionadamente como ocurrió en la Alemania nazi y en el Chile de Pinochet, pero también como efectos colaterales de las guerras y de procesos socio-políticos amplios., Tal es el caso de la fabulosa y mítica Biblioteca de Alejandría, cuya desaparición continúa sumida en la controversia, entre quienes afirman que desapareció en el siglo inmediato anterior a Cristo y quienes sostienen que sobrevivió hasta el siglo VII d.C.; lo más plausible es que la biblioteca principal haya sido accidentalmente incendiada durante el asedio de César a la ciudad, en el siglo inmediato anterior a Cristo, mientras que el resto de las colecciones sucumbieron tres o cuatro siglos después, como resultado primero de las persecuciones del Imperio y luego en la lucha de los cristianos contra el paganismo; a este último episodio se asoma desde la ficción Ágora, la película de Alejandro Amenábar. En el ayer contemporáneo la Biblioteca de Sarajevo cayó a manos de la artillería serbia en 1992 y con ella vino la aniquilación de la memoria de los bosnios musulmanes. Y lo mismo el millón de libros que perdió la Biblioteca Pública de Los Ángeles en 1986, como resultado de un incendio todavía no esclarecido. Ya en nuestro país están las tantas bibliotecas conventuales disgregadas y muchas a la postre desaparecidas como resultado de la Reforma decimonónica, destino que un siglo antes ya habían sufrido las destacadas bibliotecas jesuitas de España y sus colonias, con la expulsión de la orden de sus territorios.

El círculo virtuoso en torno al libro

Dicen los expertos que las bibliotecas iniciales, adosadas a los templos, tenían más el sentido de un archivo para preservar los textos de la religión y de la administración. De manera que corresponde a las de Alejandría y Pérgamo, ser de las primeras en adoptar una forma y función cercana a las actuales. Contemporáneas y ambas con la ambición de reunir todo el saber conocido de su tiempo, de la de Pérgamo apenas se sabe algo, por mención de Plinio el Viejo, en su Historia Natural. La de Alejandría, en cambio, constituye un mito en sí misma y ha generado ríos de tinta, dada el trágico incendio que la destruyó y supuso la desaparición de los miles de papiros y pergaminos que albergaba. Más de dos milenios después la Bibliotheca Alexandrina, gracias a la cooperación internacional, reconstruye el sueño del saber universal y el diálogo entre las civilizaciones, con sus 80 mil metros cuadrados –en el mismo sitio que se cree estuvo la biblioteca histórica–, sus cuatro millones de volúmenes, sus destacados centros de investigación y sus ambiciosos proyectos culturales, museos incluidos.

Antes de Alejandría y Pérgamo existían, eso sí, las bibliotecas personales, que fueron comunes en la Grecia y Roma clásicas. Luego, en la Alta Edad Media se recluyen fundamentalmente en los monasterios, mientras que a partir del siglo XI comienzan a aparecer las bibliotecas universitarias y reales, aunque las nacionales y públicas tardarían todavía varios siglos en surgir. De esa historia vienen bibliotecas tan destacadas por sus colecciones. pero también por la belleza de los edificios que las albergan. Como enumeración de algunas de ellas está la Biblioteca Nacional de Austria, heredera de la Imperial de los Habsburgo; la Condrington Library de la Universidad de Oxford; la Kloster Wiblingen en Ulm, Alemania; la Biblioteca Apostólica Vaticana; la Strahovská Knihovna de Praga; la Biblioteca Palafoxiana en Puebla; la española Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, entre otras. Están, además, las grandes bibliotecas nacionales alrededor del mundo. Baste decir que la Biblioteca Nacional de México, tras un fallido intento previo, fue fundada por decreto de Benito Juárez en 1867, aunque abrió sus puertas hasta 1884; y que resguarda actualmente más de un millón y cuarto de libros y documentos.

En el caso de las bibliotecas jesuitas, si bien la Compañía de Jesús nació como una orden misionera, pronto para Ignacio de Loyola fue clara la relevancia de la educación para el proceso mismo de evangelización, por lo que la orden no tardó en abrir su primera escuela, el Colegio Universitario de Gandía, España, en 1548. En México fue el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, fundado en 1572 –con cursos iniciados en 1574– el primer centro formativo jesuita. Inicia de ese modo el recorrido de lo que ahora son más de 2 mil 700 instituciones y proyectos educativos jesuitas. En ellos y también desde los tiempos iniciales, se integraron vastas y valiosas bibliotecas, pues las mismas Constituciones de la orden marcan que "haya librería, si se puede, general en los Colegios, y tengan llave della los que el Rector juzgare deben tenerla". De esa tradición viene la Biblioteca del ITESO, con su medio millón de ejemplares, más los 111 mil volúmenes de la Compañía de Jesús, que alberga en comodato y que son títulos que formaron parte de algunos de esos preciados acervos. Muchos otros desafortunadamente se dispersaron o fueron destruidos en medio de los vaivenes de la historia.

Y, sin embargo, pese a todos los horrores y contratiempos, el libro ha mostrado hasta ahora una asombrosa capacidad de adaptación, que ha ido mudando de rostro, pero sigue aquí como el vehículo perfecto para narrar el mundo, pues como bien decía Mallarmé, "El mundo existe para acabar en un libro". Con el autor en el principio de un recorrido, al que se suman en el camino editores, libreros y bibliotecas, para desembocar en el placer infinito y renovador de la lectura.

El arte y la ficción convocados por el libro y los lectores

Desde el arte los lectores protagonizan muchos lienzos y de creadores tan diversos como Picasso, Hermenegildo Bustos, Vermeer, Botero, Renoir, José de Ribera, Balthus y Sorolla, por citar unos cuantos nombres. Un paso más adelante están las intervenciones diversas del libro, que lo convierten en instalación o arte-objeto, tal como han hecho en México Vicente Rojo, Alejandro Magallanes y Jorge Méndez Blake, entre otros, y muchos otros artistas alrededor del mundo. Mientras, por el camino de la ficción aparece el metalibro, pues tanto la literatura como el cine tienen ya un largo recorrido en narraciones protagonizadas por los lectores y enamorados diversos del libro.

Es claro que Farenheit 451, lo mismo en palabras de Ray Bradbury que bajo la visión cinematográfica de François Truffaut, es escalofriante por la anécdota de desaparición total de los libros, pero paradójica y felizmente esperanzadora en la figura de sus hombres-libros dispuestos a perpetuar las narraciones en ellos encerradas. Les combustibles, de Amélie Nothomb va también de distopía y de pregunta al borde del límite, cuando quemar libros es la única posibilidad para sobrevivir al frío.

Desde un Irán teocrático, la auto ficción de Leer Lolita en Teherán, de Azar Nafisi, nos cuenta los esfuerzos de una profesora universitaria y sus estudiantes mujeres, para continuar leyendo en secreto colectivo y en rebeldía con la rígida censura jomeiniana. Cómo estrategia de sobrevivencia a la ocupación nazi, La Sociedad Literaria y del Pastel de Cáscara de Papa de Guernsey, libro y película, narran las reuniones londinenses de un club de lectura que desafía el toque de queda; historia cercana es la de La ladrona de libros, de Markus Zusak y luego de Brian Percival en el cine, sobre una niña que roba libros para regalarlos en un Munich atravesado por la misma guerra. También de resistencia va Balzac y la joven costurera china, el relato autobiográfico de Dai Sijie, que descubre el poder liberador de las historias, en medio de la reeducación de la revolución cultural china.

Porque sí, la lectura puede ser incluso salvadora, como muestra Léolo, el personaje cinematográfico de Jean-Claude Laouzon, que conjura la esquizofrenia familiar leyendo sin parar El valle de los avasallados de Réjean Ducharme, el único libro a su alcance, y repitiendo una y otra vez "porque sueño, yo no estoy", pues la lectura le ayuda sobre todo a alejarse de la locura que aqueja a todos los suyos. También es liberador el encuentro de dos seres atormentados por el dolor en La vida secreta de las palabras de Isabel Coixet, al descubrirse admiradores ambos de las Cartas de la monja portuguesa, de Mariana Alcoforado, punto de inflexión para el reconocimiento mutuo y el inicio de una gran historia de amor.

Sabido es que los libros te asoman al saber, pero también te lanzan a soñar como bien lo dijo Jorge Luis Borges cuando imaginó el paraíso como una biblioteca y regaló a los lectores el maravilloso relato de La biblioteca de Babel, convirtiéndola en una gran metáfora del universo, con las redes infinitas de intreconexión que se construyen entre los inabarcables volúmenes que la pueblan. En una de las metanovelas por excelencia, Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino vuelve dos en uno al personaje y al lector real, pues ambos comienzan y terminan leyéndola, en una gran oda al género mismo. Años después Roberto Cotroneo, con Si una mañana de verano un niño, parafrasea a Calvino y pone a dialogar grandes historias literarias para convocar el amor por la lectura y los relatos.

En la misma línea, aunque quizá también desde una mirada más filosófica, Pascal Quignard habla del fulgor de la palabra tanto en El lector como en El niño con rostro color de la muerte, obras en las cuales plantea la desaparición de los lectores dentro de las ficciones leídas y explica la tristeza que les asalta al volver al mundo real. También en la adicción a la lectura se mueven los personajes de Goran Petrovic en La Mano de la Buena Fortuna, en la que el lector es absorbido y protegido del entorno circundante, por la historia leída y en la que ocurren encuentros, que luego se esfuman en el universo tangible.

De la disolución de los límites entre ficción y realidad, se ocupa también El libro de la almohada de Sei Shônagon, convertido para el cine en El libro de cabecera por Peter Greenway, el rito de una joven que pide a su amante que escriba sobre su cuerpo para luego invertir los papeles y enviar al amante con la caligrafía en la piel, al editor que antes no quiso publicar su texto. A medio camino entre el suspenso y la comedia inteligente está El autor, película de Manuel Martín Cuenca a partir de El móvil, de Javier Cercas, en la cual un escritor sin éxito empieza a manipular la realidad en su obsesión por dominar creativamente la palabra, envidioso del repentino e inesperado boom de su mujer como autora de best-sellers. También entre la realidad y los sueños-ficción se mueve los personajes de Haruki Murakami en Kafka en la orilla y La biblioteca secreta.

A veces el relato se pasea por librerías y bibliotecas, como ocurre con Penélope Fitzgerald en La librería e Isabel Coixet en su versión en pantalla, sobre la utopía de una librera en un pueblo perdido de Suffolk durante la posguerra. Por los mismos caminos anda la chica de Thomas Montasser, que hereda Una librería mágica y de la que, contra todo pronóstico, termina enamorada; e igualmente ahí habitan los personajes de Christopher Morley en La librería ambulante y La librería encantada. En cambio, Matt Haig imagina en La biblioteca de la medianoche, a una chica que explora las múltiples vidas que podría tener asomándose a según qué títulos.

La mujer que posa para una pintura en Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciama, habla también desde el deslumbramiento luminoso de la lectura, cuando dice que estuvo en el convento del que acaba de salir, precisamente para acceder a los libros. En Las horas, de Michael Cunningham y luego adaptada cinematográficamente por Stephen Daldry, un hilo conductor va de Virginia Woolf mientras escribe Mrs. Dalloway, a una lectora de la novela a mediados de siglo y a una chica que encarna la versión moderna del personaje de Woolf.

Está asimismo la doble y dulce historia de Tardes con Margueritte, original de Marie-Sabine Roger y después de Jean Becker en pantalla, en torno a una anciana que, a través de la lectura en voz alta, descubre el placer de las historias a un analfabeto desclasado. En contraposición, El lector a domicilio, de Fabio Morábito, en el México contemporáneo paga un delito menor leyendo en casa a enfermos y jubilados, primero con desgana y después deslumbrado por la fuerza de la palabra.

También de amor y de placer habla Violette Ailhaud, en El hombre simiente, llamado La mujer que sabía leer por la cineasta Marine Francen, con un relato en torno al deseo femenino y al poder de la lectura para garantizar la vida y recuperar el gozo con el único hombre que llega a una aldea decimonónica francesa, desierta entonces de figuras masculinas, enrolados ellos en las guerras de Napoleón III. La lectura para conjurar la guerra y el lado oscuro que todo ser humano habita a veces, aparece asimismo en El lector de Bernhard Schlink –y su adaptación al cine en Una pasión secreta por Stephen Daldry–, cuyo personaje vive una gran historia de amor bajo el embrujo de los libros que lee a quien después descubrirá como una colaboradora nazi analfabeta.

Otros autores se instalan en el género negro con escritores, lectores, libros, que protagonizan intrigas e historias de terror. Por supuesto, hay que empezar con el thriller histórico por excelencia, el de Umberto Eco y los medievales asesinatos en la abadía de El nombre de la rosa, que ocurren después que los muertos han estado en la biblioteca conventual; por descontando que tanto el libro como la película de Jean-Jacques Annaud develan el misterio y resuelven los crímenes. Lo que el gran Eco no alcanzó a saber es que, pocos años tras su muerte, en la Universidad de Dinamarca efectivamente se encontraron tres libros con algunas páginas envenenadas con alta concentración de arsénico, en una prueba irrefutable de que la ficción a veces se anticipa a la realidad.

Salvadas las épocas, por un camino similar desfilan también Tony y Susan, de Austin Wright y Animales nocturnos, su adaptación cinematográfica por Tom Ford, en la cual una mujer recibe el manuscrito de la primera novela de su exmarido y comienza a vivir la angustia e historia de terror que ocurre en la novela; por esa misma vía está Stephen King, que nos regala en Quien pierde paga y en Misery dos lectores-fans obsesionados con un escritor, llevado al cine por Rob Reiner en el caso del segundo título. También la auto ficción Basada en hechos reales, de Delphine de Vigan y su traslado al cine por Roman Polanski, en torno a una escritora en crisis y acusada anónimamente de haber triunfado con las historias de su familia.

Igualmente se mueve en el suspense Swimming Pool, la película de François Ozon, con otra escritora sin inspiración que viaja a la campiña francesa para recuperarse y ahí se encuentra con el enigma y la ambigüedad de la hija de su editor; el mismo Ozon explora En la casa la relación de un profesor con un estudiante apocado, a quien motiva para que continúe escribiendo sus crónicas sobre las visitas a casa de un compañero, en una interacción que diluye las fronteras entre realidad y ficción. Bajo la forma de thriller se presenta Mujeres que matan, de Alberto Barrera Tyszka, aunque es sobre todo una historia distópica y política enmarcada en una Venezuela que no se nombra y en medio de un club femenino de lectura, con un libro de autoayuda como detonante de los crímenes.

En fin, la lista puede seguir con más y más elogios y homenajes al libro, pero en realidad lo que importa es perdernos en ellos. Irene Vallejo lo expresa hermosamente en El infinito en un junco: "El libro ha superado la prueba del tiempo […] Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí."


ITESO

Dr. Alexander Paul Zatyrka Pacheco, S.J.
Rector

Dra. Catalina Morfín López
Directora General Académica

Dra. Mónica María Márquez Hermosillo
Directora de Información Académica

Exposición

Curaduría, textos y coordinación general
Lourdes Jaime Vázquez

Curaduría de películas
Bernardo Jaime Vázquez

Montaje
Adán Juárez Rojas
Bernardo Jaime Vázquez
Christian Agüero Aguirre
Juan Sánchez Vielma
Lourdes Jaime Vázquez

Cedulario
Adán Juárez Rojas

Equipo de Comunicación
Antonio Magaña Aguirre
Maritza Lavín González
Melissa García García

Versión en línea
Héctor Manuel Gutiérrez Ortega

Apoyo logístico
Abraham Arenivas Díaz
Christian Agüero Aguirre
Juan Sánchez Vielma
Mizael Aguayo Viayra

Abril - Mayo 2022