Miradas a una espiral creciente: por los caminos de la novela gráfica

A qué llamamos novela gráfica

La novela gráfica, más allá de la definición misma del término y de la discusión viva sobre lo que es o deja de ser, se presenta ciertamente como un género mestizo, que bebe por igual del cómic y su lenguaje gráfico-textual, que de la narrativa tradicionalmente calificada como seria. Es el entrecruzamiento de dos códigos del que nace algo diferente y que cómo tal deber ser leído y estudiado.

Los expertos del tema anclan su legitimación alrededor de 30 años atrás, cuando Art Spiegelman obtuvo el Premio Pulitzer 1992 con Maus. Y conjeturan que probablemente el género obtuvo carta de ciudadanía sobre todos por la temática –el holocausto– y pese a tratarse de lo que aparentemente era un cómic.

Conviene recordar que el cómic o la historieta, como fue conocido en el mundo de habla hispana durante mucho tiempo, era considerado centralmente como una manifestación de la cultura popular y de la industria de masas, propia para el entretenimiento y a menudo orientada al público infantil y juvenil.

Esa concepción, curiosamente no negaba que, tanto en el campo de la literatura como del arte, hubiese desde hace buen tiempo admiradores del género, incluso tan tempranos como Pablo Picasso, James Joyce, John Steinbeck y John Updike. O, más en corto, como lo manifiesta la exposición que en 2009 le dedicó el Museo de Louvre al tema.

Evidentemente, el paso del cómic a la novela gráfica no es una frontera rígida. De hecho, ni todos los cómics fueron siempre para niños, aunque sí sean cómics y, en cambio, ciertamente hay novelas gráficas dirigidas al público infantil. Tampoco hay consenso sobre cuál fue la primera novela gráfica, aunque como antecedente más remoto se suele mencionar El Eternauta (1957), del argentino Héctor Germán Oesterheld.

Estamos ante una narrativa de largo aliento, que se apropia de la visualidad-textualidad como un todo para contar una historia desarrollada pausadamente, que tiene un principio, un clímax y un desenlace, con personajes complejos que evolucionan a lo largo de la trama y temáticas que van más allá de los tradicionales super héroes o aventuras para niños. La novela gráfica sin duda comparte el lenguaje con el cómic de toda la vida, pero su intención expresiva es más profunda y su abanico de historias es tan amplio como el de las manifestaciones literarias y artísticas consolidadas.

En cada novela gráfica, hay una historia completa e independiente, incluso si forma parte de una serie. Y, al igual que otras manifestaciones creativas, la novela gráfica va de la ficción a lo no ficción, de la memoria a la crónica, del género de aventuras a la reflexión político-social, de la autoría individual a la colaboración entre un artista gráfico y un narrador, de las historias originales a las adaptaciones de obras previas, del realismo a las distopías, de los homenajes a la crítica. En fin, un universo entero por descubrir y gozar. Ese es el viaje al que nos invita esta muestra.

Si entre los propios creadores el mismo tema de novela gráfica está en construcción e incluso abiertamente cuestionado por algunos, es evidente que resulta difícil hablar de un canon. Pese a lo cual algunos se aventuran a realizar listas de los imprescindibles, con nombres como el ya citado Art Spiegelman, Alan Moore, Daniel Clowes, Seth, Craig Thompson, Chris Ware, Charles Burns y Marjane Satrapi, entre otros. Más de uno de ellos ha formado parte de exposiciones sobre el tema en grandes museos y han sido reconocidos como artistas de la liga mayor.

Ya de inicio, Maus (1991) de Art Spiegelman (Suecia, 1948-) encarna el rito de paso del género a la edad adulta, precisamente porque da el salto a la Historia con mayúscula y recupera las memorias del padre del autor en Auschwitz y como superviviente de esa experiencia extrema del mal. Muchos años después, el autor retoma otra expresión de la maldad mayor en Sin la sombra de las torres (2004), obra en la que narra lo vivido por los habitantes de la ciudad con los atentados de septiembre de 2001 en Nueva York y hace un fuerte cuestionamiento a la gestión y uso político que de la tragedia hizo el gobierno norteamericano.

Más de uno señala que el término novela gráfica se creó precisamente para nombrar las obras de Alan Moore (Inglaterra, 1963-) y en general la crítica menciona su contribución central al lenguaje del género Sus complejas historias van y vienen por la fantasía, el terror, la distopía y la ciencia-ficción, en equilibrio perfecto con la verosimilitud de la narración. From Hell, Watchmen y V for Vendetta dan cuenta de ese universo, que lo mismo retoma la figura de Jack el Destripador, que hace un cuestionamiento de los superhéroes o convoca al anarquismo. Las dos últimas fueron llevadas al cine con realización de Jake Strider Hughes y James McTeigue, respectivamente, como parte de una tendencia creciente del maridaje del género con la cinematografía.

En la narrativa gráfica juvenil destacan los personajes de Ghost World, de Daniel Clowes (EUA, 1961), la complicidad de dos amigas que acaban de dejar la niñez y viven juntas la inseguridad del tránsito hacia la vida adulta, en una historia luego llevada al cine por Terry Zwigoff.

El canadiense Seth (1962-), seudónimo de Gregory Gallant, es otro de los autores canónicos, reconocido como un verdadero poeta del género. Con títulos como La vida es buena si no te rindes (1997), Wimbledon Green (2005) y Clyde Fans (Ventiladores Clyde, 2019), el autor reivindica la naturaleza autobiográfica de su obra y la figura de sus padres siempre en ella, pero como inspiración de fondo para historias que no necesariamente coinciden con sus vidas en la parte anecdótica. Reconoce en su obra el interés por la memoria y no tanto por la nostalgia.

El universo del norteamericano Craig Thompson (1975) también se mueve en el mundo íntimo de sus orígenes, pero en este caso como alguien nacido en una familia cristiana fundamentalista, que luego emprende una búsqueda espiritual para una mayor comprensión y diálogo entre las tres grandes religiones monoteístas. Tal preocupación es patente en Blankets y lo mismo en Habibi, una historia de amor ambientada en el mundo árabe-musulmán, en la que ofrece una cara luminosa del islamismo opuesta a la leyenda negra que suele asociársele. Y, sin embargo, Thompson también puede hacer guiños a temáticas más cercanas al cómic, como es el caso de la ciencia-ficción de Almóndigas del espacio.

A Chris Ware (EUA, 1967-) le cabe el honor, no sólo de haber sido reclutado en su juventud por el mismo Art Spielgelman, sino también el de haber sido comparado tanto con grandes nombres de la pintura, como Picasso y Braque, a la par que con figuras del top literario, cual T.S. Eliot y Emily Dickinson. Sus Jimmy Corrigan, The Smartest Kid on Earth (1992), The Acme Novelty Library (Catálogo de novedades Acme, 2005) y Building Stories (Fabricar historias, 2012) son muestra irrefutable de su talento. Son obras que, además, son verdaderas reivindicaciones del libro impreso. En particular la última, que gira en torno a los sueños y desalientos de una mujer, a través de un conjunto de historias aparentemente caóticas a las que el lector debe dotar de integridad y sentido; y en ediciones que constituyes libros-objeto indudables.

Nacido en 1955, Charles Burns también fue uno de los discípulos tempranos de Spiegelman, antes de publicar Black Hole (Agujero negro, 1988-2004 y 2005) su primera novela gráfica, sobre mutaciones en el cuerpo de unos adolescentes, por una enfermedad de transmisión sexual. Con ella instala un mundo narrativo poblado por fantasmas, miedos, terror y ciencia-ficción, tal como reconoce él mismo. Atmósferas inquietantes que continúa en la trilogía integrada por Xed Out (Tóxico, 2010), The Hive (La colmena, 2012) y Sugar Skull (Cráneo de azúcar, 2014); en la saga homenajea a Hergé y su Tintín en el personaje de Nitnit.

En un mundo dominado por hombres, las novelistas gráficas apenas comienzan a abrirse camino, con una gran protagonista mundial del género, que es Marjane Satrapi (1969-). De origen iraní y luego nacionalizada francesa, Satrapi narra en Persépolis (2007) sus memorias, como niña y adolescente que crece en la última década del régimen Pahlevi, monárquico y occidentalizado, y los primeros años de una revolución crecientemente islamista y fundamentalista; la obra después fue llevada al cine por ella misma, en colaboración con Vincent Paronnaud. Poulet aux prunes (Pollo con ciruelas, 2003) también es de raíz autobiográfica, pero instalada más plenamente en la ficción; e igual que Persépolis, se convirtió en película con la misma dupla.

De hecho, el género autobiográfico parece empatar muy bien con la novela gráfica, en un camino que va de la memoria más íntima a la de la ciudad o el país habitados. Por ahí transitan Lena Merhej (Beirut, 1977), de padre libanés y madre alemana, quien en Yogur con mermelada hace la reconstrucción de la relación con su madre y, sobre todo, la inmersión de ésta en la cultura libanesa. Quan Zhou (España, 1989), andaluz de origen chino, que reconstruye la memoria del grupo en Gazpacho agridulce: una autobiografía chino-andaluza (2015). Por su parte, los personajes de Taniguchi-Kusumi recorren Tokio encarnados en El gourmet solitario, Zeina Abirached se mueve por El juego de las golondrinas en la auto ficción novelada de una niña-autora creciendo en un Beirut atravesado por la larga guerra civil. Un universo cercano habita El árabe del futuro, de Riad Sattouf (1978), francés de padre sirio, quien hace en la saga la memoria de su vida y de las dos culturas que la caracterizan.

En Diario de Nueva York, el norteamericano Peter Kuper (1958-), hace un verdadero homenaje a su ciudad adoptiva y una carta de amor a su vitalidad, pero también una auto condolencia por la gran tragedia del 11 de septiembre. Mientras que en Diario de Oaxaca narra su estancia de dos años en la ciudad, cuando en 2006 se trasladó a ella con su familia en busca de descanso y se encontró la huelga de la APPO que paralizó la vida urbana durante largo tiempo.

Por su parte, el quebequense Guy Delisle (1966) ha desarrollado toda una línea de novelas gráficas basadas en sus viajes, en las que hace la crónica de sus experiencias como extranjero en países diversos. Crónicas birmanas es la memoria de su estancia en Myanmar a lo largo de un año, y pone en perspectiva sus preocupaciones cotidianas comparadas con las de una población sumergida en la pobreza y sometida a un gobierno totalitario. En Pyongyang cuenta las contradicciones e incoherencias del régimen totalitario de Corea del Norte y sus dificultades para acoplarse a la cultura del país, tras permanecer durante dos meses en su capital. Mientras que el año vivido en la capital israelí lo narra en Crónicas de Jerusalén, obra que detalla las peculiaridades, conflictos, contradicciones y negociaciones cotidianas que caracterizan a una ciudad inmersa en un conflicto sin solución.

En el entorno mexicano, Bernardo Fernández BEF (1972) es el creador irrenunciable del género, quien por lo demás se mueve con igual soltura a ambos lados de la frontera entre narrativa clásica y gráfica. Su novela gráfica abarca un amplio abanico temático, que incluye temas sociales, como el autismo en Habla María o el acoso escolar dentro de la historia de crecimiento de El instante amarillo. Incursiona también, junto con Juan Villoro, en el cuento infantil de La calavera de cristal. Y se asoma, asimismo, a la biografía gráfica con Uncle Bill, a propósito de la famosa estancia de William Burroughs en México –durante la cual accidental y trágicamente asesinó a su esposa– y por igual un homenaje de BEF a una de sus figuras tutelares como escritor.

A propósito de homenajes, la biografía gráfica es abordada con la libertad que viene de la ficción y a propósito de creadores y personajes diversos. Así lo hace Laura Pérez Vernetti en El caso Maiakovski; Alfonso Zapico en Dublinés y la vida de James Joyce; el colectivo que homenajea a Rafael Bernal en ¡Esto es un complot!; Annie Goetzinger, que destaca en Una chica Dior la relevancia del gran Christian en la historia de la moda; Velázquez con sus Meninas a la luz de Santiago García y Javier Olivares; la Evita, nacida para molestar, narrada por REP; por los caminos del cine Paula Bonet con 813 Truffaut, Tyto de Alba con Fellini en Roma y Buñuel en el laberinto de las tortugas dibujado por Fermí Solís y vuelto película por Salvador Simó; melómanos como Muñoz y Sampayo con Billie Hollyday, Sandrine Revel con Glenn Gould: una vida a contratiempo o Santullo y Aguirre con Zitarrosa y Alfonsocaras con Freddie Mercury.

Están también los autores que se van más directamente a la historiografía y ofrecen versiones de grandes acontecimientos. Por ese sendero desfila 300, de Frank Miller y la película homónima dirigida por Zack Snyder, cuando los griegos anteriores a Cristo se enfrentaron y ganaron a los persas en las míticas Termópilas. El siglo XX con Europa en llamas en Era la guerra de las trincheras de Jacques Tardi y Los surcos del azar de Paco Roca. México cuando Pancho Villa toma Zacatecas, de Paco Ignacio Taibo II; e, incluso, un recorrido por todo el devenir de nuestro país en la adaptación al género de la Nueva historia mínima de México elaborada originalmente por el ColMex.

Entre el relato histórico-épico y la ciencia-ficción se encuentra el ciclo de novelas de George R.R. Martin titulado Canción de hielo y fuego, con una historia medieval de trasfondo pero en un continente ficticio, donde los personajes pueden morir en un episodio y aparecer vivos en el siguiente. Convertido por David Benioff y D.B. Weiss en la aclamada serie televisiva Juego de tronos, el éxito de ésta produjo también la versión gráfica de Daniel Abraham y Tommy Patterson.

De hecho y como sabemos, el mundo de la fantasía, los súper héroes y la ciencia-ficción fueron de origen los temas centrales del cómic y no sólo de gran parte de la inicial novela gráfica, pues siguen protagonizando muchos de los títulos del género. Así y como muestra, totalmente instalada en la ficción distópica se encuentra Rompenieves, de Jean-Marc Rochette y Jacques Lob, llevada al cine por Bong Joon-ho, sobre una glaciación desencadenada por un experimento fallido para revertir el calentamiento global.

También de distopía y feminista, va El cuento de la criada de Margaret Atwood. El nombre de Atwood (Canadá, 1939) aparece recurrentemente en las quinielas del Nobel, tras una reconocida trayectoria tanto por la crítica como por los lectores. Sin embargo, lo que la lanzó al gran público no fue su novela, sino el éxito de la televisiva serie basada en ella y para la cual, en una vuelta de tuerca, Atwood produjo una secuela titulada Los testamentos (2019), mientras que Renée Nault hizo la adaptación para novela gráfica; y luego, en la ola del mismo boom, Atwood se lanzó a escribir la historia gráfica Angel Catbird (2018), en colaboración con Johnnie Christmas, sobre otro error científico en el que se mezcla ADN humano con el de dos especies animales.

Sin embargo, en una manifestación plena de la madurez del género, prácticamente no hay temática que escape a la novela gráfica. Así, y muchos años después del Auschwitz de Spiegelman, entre los que siguen una senda análoga está el danés Halfdan Pisket (1985), quien en Desertor (2014) también da voz a su padre, un prófugo turco-armenio de la milicia del país. De modo análogo, Joe Sacco (Malta, 1960-) se acerca a otros acontecimientos de la galería histórica del horror, como Gorazde e Historias de Bosnia (2000) en torno a la guerra de los Balcanes con la violenta desintegración de Yugoslavia; y Palestina (2001) sobre la primera intifada contra la ocupación israelí. En tanto que en la cinta de animación Vals con Bashir (2008), Ari Folman documenta su participación como joven soldado israelí en las matanzas de Sabra y Chatila en Líbano, con adaptación para novela gráfica por David Polonsky. Mientras Guy Delisle aborda en Escapar: historia de un rehén, el secuestro de un integrante de Médicos sin Fronteras en el Cáucaso; y Didier Lefèvre ofrece en El fotógrafo, su testimonio como tal y en el marco de una misión humanitaria del mismo organismo en el Afganistán invadido por la Unión Soviética.

Otros autores usan la narración gráfica para poner en escena temas más humildes y problemáticas diversas. En este grupo desfilan Bhimayana, de Subhash Vyam y su experiencia como un intocable de la India; el síndrome de Asperger en Fabienne Vaslet con La diferencia invisible; la violencia doméstica de Quiéreme bien: una historia de maltrato, contada por Rosalind B. Penfold; y Fabien Toulmé con No eres quien yo esperaba y el síndrome de Down. Mientras que el francés Baru (Hervé Barulea, 1947) da voz en Los años Sputnik (1999-2003) a los olvidados de los barrios obreros y de migrantes en la Francia del medio siglo XX; e incluso aboga por la integración y la solidaridad en ¡A todo volumen Bruno! (2010), título en que homenajea al género negro.

Precisamente, en el cruce de la narrativa gráfica y la novela negra, se encuentra Sin City (1991) de Frank Miller, una historia atravesada por la violencia y el sexo y llevada al cine por Robert Rodríguez y el propio Miller. Y a medio camino entre el policíaco y la novela política se encuentra la colaboración de BEF con F.G. Haghenbeck en Matar al candidato (2019), que bebe de la historia del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Mientras que La muerte de Stalin, de Fabien Nury y Thierry Robin es ya plenamente una novela política sobre la feroz lucha de poder que se desencadenó en la Unión Soviética con la desaparición del líder supremo, historia que luego Armando Iannucci llevará al cine. Y también los años de plomo de ETA narrados por Fernando Aramburu en Patria, convertidos después en novela gráfica por Toni Fejzula y luego en la serie televisiva homónima de HBO España.

Finalmente, si una de las vertientes principales del cómic primigenio fueron las narraciones infantiles y juveniles, la novela gráfica también ha empezado de unos años a esta parte a ocuparse de nuevo de los pequeños y jóvenes lectores. Destacan aquí las historias de Brian Selznick (EUA, 1966), de gran belleza visual-verbal. La invención de Hugo Cabret es un homenaje al cine, que narra el encuentro de un huérfano con el pionero Georges Méliès y luego se vuelve película bajo la dirección de Martín Scorsese. Mientras que la realización de Wonderstruck corresponde a Todd Haynes, en una historia paralela de un niño y una niña con problemas de audición y en busca del padre y la madre, respectivamente, en la ciudad de Nueva York. En cambio, ya están instaladas en los ritos de paso de la adolescencia las chicas de Julie Maroh (Francia, 1985) en El azul es un color cálido, que Abdellatif Kechiche volvió película en La vida de Adèle; por igual en el libro y en la pantalla las protagonistas se maravillan juntas con el deseo, en una reivindicación plena del amor sin adjetivos.

En cualquier caso y más allá del tema, el género es tan potente, que su popularidad crece vertiginosamente en un público cada vez más instalado en la visualidad. Pueden ser historias originales, pero también versiones de narrativa clásica que, además, se convierten en algunos casos en narraciones audiovisuales, lo mismo cine que series televisivas. A la inversa, a veces primero es la película o la versión televisiva y después la novela gráfica o incluso ocurre en otras ocasiones, que la narración gráfica transita directamente a la fílmica. En síntesis, diversas relaciones de ida y vuelta mutuamente enriquecedoras, de las cuales va un listado meramente de muestra:

  • En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, versionada e ilustrada por Stéphane Heuet.
  • La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe, con adaptación de Julián Romero e ilustrada por Gustavo del Valle.
  • El hombre que fue Jueves, de G.K. Chesterton, adaptado por Marta Gómez-Pintado.
  • El paraíso perdido, de John Milton, en versión de Paul Auladell.
  • Aullido, de Allen Ginsberg, ilustrado por Eric Drooker.
  • La historia según Pao Cheng, de Salvador Elizondo, versionado por Diego Molina.
  • Informe sobre ciegos, de Ernesto Sábato, contada por Alberto Breccia.
  • Estrella distante, de Roberto Bolaño, con adaptación de Javier Fernández y Fanny Marín.
  • Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, versionada para la narrativa gráfica por Frédéric Rébéna.
  • Crimen y castigo, de Fedor Dostoievski, adaptada por Edu Molina a la novela gráfica y convertida en película por Francisco J. Lombardi, bajo el título de Sin compasión.
  • Herman Melville con Moby Dick, versionado por la dupla Jean Rouaud y Denis Deprez, y llevada al cine por John Huston y a la televisión por Mike Barker.
  • El Frankenstein de Mary Shelley, que Kenneth Branagh hizo película y luego Julián Romero y Jorge Aviña adaptaron para novela gráfica.
  • Tabucchi con Sostiene Pereira, adaptado al cine por Roberto Faenza y al género gráfico por Pierre-Henry Gomont.
  • Del cine de Wim Wenders en Las alas del deseo a la narración gráfica de Sebastiano y Lorenzo Toma.
  • El jazz latino y la historia de amor de Chico y Rita contada en pantalla y en novela gráfica por Fernando Trueba y Javier Mariscal.

ITESO

Dr. Alexander Paul Zatyrka Pacheco, S.J.
Rector

Dra. Catalina Morfín López
Directora General Académica

Dra. Mónica María Márquez Hermosillo
Directora de Información Académica

Exposición

Curaduría, textos y coordinación general
Lourdes Jaime Vázquez

Curaduría de películas
Bernardo Jaime Vázquez

Montaje
Adán Juárez Rojas
Bernardo Jaime Vázquez
Christian Agüero Aguirre
Juan Sánchez Vielma
Lourdes Jaime Vázquez

Cedulario
Adán Juárez Rojas
Nora Maldonado Díaz

Equipo de Comunicación
Antonio Magaña Aguirre
Maritza Lavín González
Melissa García García

Versión en línea
Héctor Manuel Gutiérrez Ortega

Apoyo logístico
Lidia Polanco Rodríguez

Febrero 2022