Hasta antes de la proliferación de Internet, Japón se vislumbraba desde Occidente, como un país de enigmas y tradiciones, con los cerezos en flor y los crisantemos, símbolos nacionales para el imaginario colectivo. Las redes infinitas nos han aproximado un poco más a él, y sin embargo un primer acercamiento de indagación más profunda sigue provocando el asombro, pues pone sobre la mesa una gran cantidad de elementos que expresan la riqueza de una cultura milenaria, pero también de una sociedad que en menos de dos siglos alcanzó una modernidad mayúscula.
Su grandeza bebe de una filosofía enraizada en la vida cotidiana y con una cosmovisión que guía el actuar de sus habitantes. Está ahí el zen, la experimentación del propio ser y el cultivo del desapego, como búsqueda permanente de la unidad y la disposición para la vida. Aparece también el bushido, código de honor que guía la conducta samurái y su sentido de justicia. Luego el judo sí como un arte marcial deportivo, pero antes y siempre como el camino de la gentileza y una práctica para encontrar y conservar el equilibrio. Por ahí, El libro del té, el ritual en torno a la bebida, pero sobre todo una suma concentrada de la cosmovisión nacional. Son apenas atisbos de la concepción japonesa de la vida.
Cuando en el siglo XVI llegó la naciente Compañía de Jesús a Japón se encontró un país renuente a la interacción cultural y a cualquier atisbo de intrusión extranjera, que explican las dificultades y experiencias dolorosas enfrentadas por los jesuitas en su tarea misional en la zona. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, poco a poco el país dejó atrás una sociedad feudal y altamente aislada, para modernizarse y adaptar ciertas pautas occidentales, sin renunciar a la tradición, en un inteligente y paradójico movimiento que le permitió comenzar a construirse como potencia mundial y paralelamente apelar a su identidad profunda. Frente al militarismo que había caracterizado al Estado nacional, Kitarō Nishida planteó la necesidad de construir un nuevo orden basado precisamente en la cultura y no en las armas.
Japón convirtió la derrota en la Segunda Guerra Mundial, en fuente inagotable de aprendizaje y de vuelta a valores esenciales de su cultura, para impulsar un desarrollo económico que puso al país en un lugar protagónico de la agenda mundial, mientras que sus empresas y métodos de gestión se volvieron ejemplos hacia los cuales mirar. Just in Time, Kaizen, círculos de control de calidad, Toyota, son términos que se volvieron de uso común.
Igualmente, de pronto el mundo descubrió que más allá de su exotismo, el hábitat japonés resuelve la vida cotidiana, pero es también una manifestación de su filosofía, del sentido de la belleza y de la relación con la naturaleza. Ocurre en la casa tradicional y asimismo en Tadao Ando, que con hormigón crea mundos privados en diálogo con su entorno; en los jardines imperiales y a la par en Shigeru Ban, quien lanza la casa de papel al mundo, en una reivindicación plena del humanismo y la sostenibilidad en la arquitectura.
Y suma y sigue con la belleza del Ukiyo-e, la pintura del mundo flotante del período Edo, en torno al placer y a la recreación, incluida la sensualidad total en el shunga o imágenes de primavera, con el sexo como tema central. De Hirosighe, Utamaro y Hokusai, saltamos a las películas de Kenji Mizoguchi, que beben de esa estética y es considerado como el máximo director del cine japonés. La cámara de Nagisa Oshima dialoga, en cambio, con el shunga, en una obra como El imperio de los sentidos, altamente descriptiva en su narración del encuentro de los amantes. En tantos creadores, caminos de ida y vuelta del siglo XVII a nuestros días y de la pintura al cine.
Luego el espejo comunicante de la literatura. El erotismo de Kawabata en La casa de las bellas durmientes, junto a la sensualidad atravesada por la tradición, en Tanizaki. La narrativa de Soseki en diálogo con el zen y con el haikú como esencia poética. Y en el otro extremo el harakiri anunciado por Mishima en Confesiones de una máscara. Las inquietudes sobre la sociedad contemporánea y el diálogo Oriente-Occidente, en Oé. Mientras Endó es el gran escritor católico del país, preocupado por la cuestión religiosa y con Silencio como obra cumbre, sobre los jesuitas perseguidos en el Japón del siglo XVII. En fin, la lista es larga y no es propósito agotarla.
El viaje de Chihiro como cima de la animación y también la eclosión juvenil del manga, la danza y las máscaras del teatro-no, al lado del kabuki con su maquillaje extremo, las bondades de su gastronomía, el arte corporal del tatuaje y la belleza de la vestimenta tradicional, consagrada en el Instituto de la Indumentaria de Kioto. Asomémonos, pues, al Sendero de crisantemos que aquí se abre.
Sendero de crisantemos: una mirada a la cultura japonesa
Dr. Alexander Paul Zatyrka Pacheco, S.J.
Rector
Dra. Catalina Morfín López
Directora General Académica
Dra. Mónica María Márquez Hermosillo
Directora de Información Académica
Curaduría, texto y coordinación general
Lourdes Jaime Vázquez
Curaduría de películas
Bernardo Jaime Vázquez
Montaje
Adán Juárez Rojas
Bernardo Jaime Vázquez
Heriberto Osorio Barriga
Juan Sánchez Vielma
Lourdes Jaime Vázquez
Cedulario
Adán Juárez Rojas
Equipo de comunicación
Antonio Magaña Aguirre
Maritza Lavín González
Melissa García García
Versión en línea
Héctor Manuel Gutiérrez Ortega
Apoyo Logístico
Heriberto Osorio Barriga
Juan Sánchez Vielma
Lidia Polanco Rodríguez
Salvador Ochoa Pulido
Octubre 2022