Leila Guerriero incendió la biblioteca

Leila Guerrero

La periodista argentina, considerada como una de las mejores cronistas latinoamericanas en la actualidad, participó en una charla en la que habló de su trabajo como narradora y editora, de las cosas que son importantes al momento de sentarse a escribir y de aquello que no deben hacer quienes deseen dedicarse al oficio

En un país marcado por la tragedia todos los días —desaparecidos, fosas clandestinas, tráileres que pasean cadáveres por la ciudad—, Vanesa Robles pregunta cómo contar sin que la violencia se vuelva tan repetitiva que la gente prefiera dejar de leer, de ver, de escuchar. «Al contar, ya sea la violencia o la farándula, hay que aportar un punto de vista nuevo, así las cosas dejan de naturalizarse», dice Leila Guerriero y luego desarrolla: «Hay que cambiar el foco, la mirada, incluso si eso implica quitar los prejuicios positivos que podemos tener sobre las víctimas». Y es que, añade, hasta la persona más malvada puede tener algo bueno, y viceversa. «Yo también soy miserable a veces», dice y para redondear la idea trae como ejemplo el perfil que hizo Marcela Turati para contar la historia de Santiago Meza López, el «Pozolero».

Como ha hecho en otras charlas, como ha consignado en sus columnas y reflexiones, Guerriero reitera algunas de las ideas que marcan sus concepciones sobre el oficio: «Lo que se dice no está peleado con el cómo se dice», «Son tiempos difíciles para el periodismo, pero no son tan espantosos»«Los medios están en crisis, no el oficio»«La historia que importa es la historia del otro», «Nadie le puede exigir coraje a nadie, en ninguna profesión»; «Un gran periodista es un gran creador», «La creatividad está sumamente ligada a lo que hacemos». 

Como escritora, dice, no está reñida con el lenguaje incluyente —«no lo uso cuando escribo sólo por una cuestión estética, pero no me genera problema»—, pero con lo que sí tiene bronca es con el lenguaje políticamente correcto. Sobre la biblioteca caen más flamas: «Tenemos que ser más salvajes al escribir», dice y añade que hay que rehuir de lo que califica como un lenguaje de agencia de cooperación internacional. «El lenguaje políticamente correcto hace que lo salvaje te toque menos; aplaca una mirada que tiene que ser siempre punzante y produce visiones paternalistas o maternalistas, lleva a una mirada condescendiente». 

Desde hace unos años Leila Guerriero también es editora. Confiesa que cuando trabajaba como reportera de planta en las redacciones «tenía pánico de terminar como editora. Hay que tener vocación para eso [dedicarse a la edición] porque si no te conviertes en un periodista frustrado que no escribe más». Dice que le gusta demasiado la escritura como para dedicarse sólo a editar y cuenta que ahora que ha desarrollado su propio estilo de edición su prioridad es, siempre, «que la voz del periodista brille; pero su voz, no la mía». ¿En qué orden de importancia acomoda sus facetas? Primero escribir, luego editar y al final enseñar.

Y a propósito de enseñar, Vanesa Robles, conociendo la renuencia de Guerriero a decir cómo hacer las cosas, le da la vuelta y pregunta qué es lo que los estudiantes no deben hacer para dedicarse al periodismo. «No deberían no leer. Y no deberían leer sólo cosas de periodismo, sino consumir artefactos narrativos de diversa índole. No pueden permanecer ajenos a lo que pasa. No duden de su capacidad: arrójense, hagan y luego busquen un buen editor. No se dejen maltratar por los editores, pero sí déjense editar». 

El tiempo se agota. La charla concluye y en el ágora de la biblioteca todavía se pueden ver rastros del incendio que trajeron las ideas de la periodista argentina, pero sobre todo hay brasas: brasas incandescentes que tienen forma de libros —dos en particular: la reedición de Zona de obras y Los suicidas del fin del mundo—, libros que algunos asistentes llevan en sus manos mientras esperan la firma de Leila Guerriero, quien, como si regresara a la coreografía inicial, atiende cada solicitud: pregunta el nombre y garabatea y estampa su firma y se toma fotos y sonríe y repite: dos veces, tres veces, quizá diez o quince, hasta que la última persona de la fila pasa por la mesita.

FOTOS: Luis Ponciano

DIA - Biblioteca
Noticia
¡Pregúntanos!