Oscar Wilde, nacido el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda, fue uno de los escritores más brillantes y provocadores de la literatura del siglo XIX. Reconocido por su ingenio, su estilo elegante y su crítica social mordaz, Wilde dejó una profunda huella en la narrativa, el teatro y el ensayo.
Wilde estudió en el Trinity College de Dublín y posteriormente en la Universidad de Oxford, donde destacó por su talento literario y su carisma. En la década de 1890 alcanzó la fama con sus obras teatrales, caracterizadas por el humor satírico y la ironía con la que retrataba la alta sociedad victoriana. Entre sus piezas más célebres se encuentran El abanico de Lady Windermere (1892), Un marido ideal (1895) y La importancia de llamarse Ernesto (1895), considerada una de las comedias más ingeniosas de la literatura universal.
Su única novela, El retrato de Dorian Gray (1890), es quizá su obra más famosa. A través de la historia de un joven que vende su alma por conservar la juventud eterna, Wilde reflexiona sobre la belleza, la moral y la corrupción en una sociedad obsesionada con las apariencias.
Más allá de su obra, Oscar Wilde fue una figura que desafió las normas de su época. Su vida estuvo marcada por la defensa del arte, la libertad personal y el amor en todas sus formas. Fue también víctima de la intolerancia de la sociedad victoriana, siendo encarcelado por su orientación sexual, lo que inspiró su emotiva obra De profundis (1905), escrita durante su tiempo en prisión.
Wilde falleció en París el 30 de noviembre de 1900, pero su legado literario y su espíritu libre continúan inspirando a lectores y escritores en todo el mundo. Su frase más recordada resume su visión del arte y la vida: “No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.”





