9/11: una fecha presente

Han pasado veinte años desde los atentados en Nueva York, pero aún es pertinente reflexionar no solo sobre el mundo que había antes de estos hechos, sino los cambios que trajeron consigo y que actualmente determinan desde las dinámicas de la política internacional hasta nuestra vida cotidiana

En tiempos de la inmediatez y la realidad líquida, reflexionar sobre la historia no siempre es atractivo. En un mundo acostumbrado a desechar narrativas a diario, hacer memoria sobre lo que aconteció hace veinte años parece un sinsentido. Sin embargo, esa dinámica de la inmediatez ha hecho que nuestra capacidad de asombro se vea afectada y por lo tanto dejemos de creer en el horizonte de posibilidades para transformar el mundo.  

Los atentados en Nueva York cambiaron la manera de entender la globalización evidenciando la vulnerabilidad que generó la interconexión global construida después de la caída de la URSS. El 9/11 abrió la puerta al miedo y la paranoia por la seguridad, revivió la lucha ideológica y marcó el final de la ilusión del Fin de la Historia, en la que el capitalismo y la democracia eran los pilares para la construcción de un mundo armonioso y pacífico. Veinte años después, la guerra contra el terrorismo fracasó como medio para recuperar esa idea. Las condiciones en las que se encuentra Iraq, la emergencia del Estados Islámico y la retirada de Estados Unidos de Afganistán son muestra de que esa no era la solución. 

Por ello, a veinte años de distancia de este acontecimiento, es pertinente hacer memoria del mundo que había antes de esos hechos funestos, pero sobre todo de los cambios que generó y que hoy en día siguen determinando no solo las dinámicas de la política internacional, sino también nuestra vida cotidiana.

Un golpe a las instituciones internacionales

La supremacía norteamericana del año 2000, aunque cuestionada, generaba un ambiente de estabilidad en el que la guerra se entendía como algo superado. Salvo por la horrible historia yugoslava de los años 90, que además era entendida más como una guerra civil que como una guerra entre naciones, la sociedad internacional no temía por el advenimiento de una tercera guerra mundial.  

Por otro lado, el fortalecimiento de proyectos económicos como el TLCAN, el euro o la recién nacida Organización Mundial del Comercio daban la impresión de que, con la disolución del mundo soviético, las naciones podrían coexistir de manera pacífica y cooperar para construir un mundo en el que hubiera oportunidades de desarrollo para todos. Pero el ataque de Al Qaeda al corazón financiero de Estados Unidos derribó esa idea romántica que nos hacía creer que las confrontaciones ideológicas habían terminado. 

La respuesta de Estados Unidos a los atentados fue el inicio de una crítica general hacia las instituciones internacionales y los foros de diálogo multilateral. La visión del gobierno de ese país, liderado por George W. Bush, aprovechó la ocasión para revivir la visión realista de la política internacional y demostrar el poderío de la hegemonía estadunidense respondiendo al ataque con toda la fuerza militar. En un primer momento, este gesto fue respaldado por la comunidad internacional, que legitimó y apoyó la intervención militar en Afganistán, pero que en un segundo momento rectificó cuando vino el turno de la intervención en Iraq, dos años más tarde.   

La creación del centro de reclusión en Guantánamo sacudió la visión internacional sobre los derechos humanos que había sido uno de los bastiones de resistencia frente a los soviéticos. Las historias sobre los abusos cometidos a los “supuestos sospechosos de terrorismo” indignaron a la comunidad internacional, que veía con horror cómo Estados Unidos pasaba por encima de acuerdos y convenciones internacionales. Además, la reputación de la Organización de Naciones Unidas, que llevaba esperando el final del mundo bipolar para poder presentarse como un foro de gobernanza global, quedó mal herida al no poder limitar los despliegues de poder de Estados Unidos contra un país indefenso como Iraq. Primero en Guantánamo y después en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la utopía de las instituciones internacionales se vio gravemente afectada.  

Hoy en día cuesta trabajo confiar y seguir la autoridad de los organismos internacionales. Los nacionalismos, azuzados por el populismo, han disminuido la visibilidad del impacto de los organismos internacionales en la construcción de acuerdos y consensos que lleven a construir un mundo más pacífico y justo.

El nuevo enemigo: el terrorismo islámico

Pero quizá la consecuencia más traumática de los atentados del 9/11 haya sido el recrudecimiento de las relaciones de Occidente – entendido esto como el área euro-angloamericana – con Medio Oriente y en específico con el mundo islámico. La conceptualización que hizo George W. Bush del terrorismo musulmán como el nuevo enemigo de la paz internacional, ocasionó que los prejuicios y la desinformación amalgamaran una idea homogénea sobre las comunidades que profesan la religión islámica.    

Ahora nos puede parecer impensable, pero en los primeros años después del 11/9 la presencia de hombres barbados en los aeropuertos internacionales ocasionaba ataques de pánico y políticas de seguridad más severas para ellos. La idea de que el islam era sinónimo de barbarie se enquistó en el imaginario y especialmente en Estados Unidos se desataron ataques racistas por el miedo a un nuevo ataque terrorista. La paranoia de la seguridad llegó para quedarse y el miedo como recurso para justificar políticas de seguridad revivió desde la ultratumba soviética, solo que ahora ya no temíamos a la seguridad estatal, sino que temíamos que esta no nos vigilara lo suficiente. De pronto, exigimos un “Gran Hermano” que observaba cada puerto, cada casa, cada avión, barco y autobús para tranquilizar nuestra angustia.   

El frenesí por identificar la nueva amenaza (el terrorismo), nos hizo olvidar los horrores de la amenaza anterior (la Unión Soviética). Después de Afganistán vino Iraq y con ello el mito de las armas de destrucción masiva y la conformación de un “eje del mal” en el que los líderes del gobierno norteamericano: George W.  Bush, Colin Powell, (Secretario de Estado) Condoleezza Rice (Consejera de Seguridad Nacional) y el recién fallecido Donald Rumsfeld (Secretario de Defensa) identificaron hasta al cansancio a Irán, Iraq y Corea del Norte en un intento por homogenizar todo lo que consideraban una amenaza a la seguridad.  

La guerra contra el terrorismo justificó atrocidades inhumanas en contra de civiles inocentes en Medio Oriente, y poco mitigó los ataques, pues después de Nueva York, vinieron Londres y Madrid, y más tarde París. En adición, el aderezo petrolero y los intereses económicos detrás de las intervenciones, nos hicieron dudar de que las guerras para imponer la democracia fueran el camino para construir un mundo pacífico.  

¿Qué hacer con el recuerdo?

Sin duda alguna, los atentados en Nueva York cambiaron nuestra manera de entender la globalización pues dejaron en evidencia la vulnerabilidad que generó la interdependencia e interconexión global construida después de la caída de la Unión Soviética. El 9/11 abrió la puerta al miedo y la paranoia por la seguridad frente al terrorismo, y en ese sentido, se hicieron más evidentes algunas desventajas de la globalización. Pero, también hemos de reconocer que la guerra contra el terrorismo, como solución a ese desafío, no ha mejorado las condiciones de seguridad en el mundo, por el contrario, ha recrudecido las tensiones con Medio Oriente y el mundo islámico. Las horribles condiciones en las que se encuentra Iraq, la emergencia del Estados Islámico y la retirada de Estados Unidos de Afganistán el mes pasado, son muestra de que esa no era la solución.  

Por eso, vale la pena hacer una pausa y rememorar qué pasó aquel 11 de septiembre del 2001 para entender el origen de algunos de los dilemas que enfrentamos en el presente. La diversidad de la condición humana hace que sea imposible para la historia predecir el futuro, pues la historia nunca se repite, siempre acontece en condiciones distintas, sin embargo, el estudio y la reflexión sobre el pasado siempre nos posicionará en mejores condiciones para afrontar el presente y el futuro.  

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